viernes, 10 de agosto de 2012

Desde dentro

Acabo de imaginar mi interior como una casa llena de habitaciones rotas y carcomidas. Con ratoncitos corriendo de aquí para allá buscando cosas brillantes y escondiéndolas en agujeros. Hay frases escritas con tiza en la pared, corazones a medio dibujar y muchos tachones.

La verdad, no sé por qué me resulta tan reconfortante o tan acertada esta imagen.

Quizá odio pretender. Es mejor que sepan que mi interior no es bonito ni agradable, que hay grietas por todas partes. Claroscuros, pasillos en penumbra y habitaciones donde apenas se cuela un rayo de sol a través de las tejas rotas.

Entonces algún día llegará una pequeña vagabunda de pies ligeros que la verá tal y como es y a pesar de todo querrá convertirla en su hogar. Aprenderá los recovecos y las habitaciones, no tropezará con los muebles rotos. Escribirá sus propias frases en las paredes, completará las incompletas. Sin cambiar nada, la volverá cálida y acogedora, y los pasillos no volverán a quedar en silencio, resonando con la brisa de sus pasos.

Mientras, hago lo posible para que el polvo no se termine de posar.

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